martes, 12 de enero de 2016

PAROLE NERE..."DESCUBRIMIENTO DE LA SOLEDAD"

LUR SOTUELA..."DESCUBRIMIENTO DE LA SOLEDAD"





Fragmento página 46-48 de "El Descubrimiento de la soledad"

Déjeme avanzar; me gustaría hablar antes de lo doloroso, del tormentoso sufrimiento que lleva aparejado esta absurda costumbre de existir, porque, créeme, Darío, yo, como tú, no sé cómo se vive, solo he ido improvisando, déjame hablar del amor: Déjame hablar del amor, la dicha y de la felicidad. Pero debo explicarme un poco o te irás de mi casa con mayor confusión de la que has traído. -Le escucho. -Martin me hacía feliz, pero reconozco que mi marido, Mark, no me era del todo desagradable. Mark era un hombre de negocios, una personalidad más semejante a la mía; era, al igual que yo, una persona pragmática que me quería y me aceptaba como su mujer, con todo lo bueno y lo malo que eso conllevaba. Nunca quiso el divorcio. Él luchó siempre por nuestra relación. La vida con Mark era sencilla, no tenía escollos; todo eran facilidades. Sin problemas, sólo pequeñas alegrías, y quizás eso fue un agravante para que no le abandonara. Ya te he comentado que nunca he destacado por mi valentía. Martin encarnaba para mí otros valores fundamentales en la vida, como la aventura, la pasión y la novedad, pero también la profundidad de sus ideas, la originalidad de los planteamientos que dominaban su intensa vitalidad, y la energía que liberaba con cada gesto. Eran dos personalidades contrapuestas, dos opciones de vida contrapuesta. Y yo navegué durante varios años entre aquellos puertos. Martin me hacía latir el corazón, pero a Mark lo necesitaba, y a veces en la vida es difícil elegir entre esas alternativas. -¿Se arrepiente? -Desde luego. Martin era un huracán que latía, hervía y mantenía relaciones esporádicas con otras mujeres. Yo no podía decirle nada, ya que nunca renuncié a mi relación con Mark, por cobardía, pero desde luego me hacía sufrir, pensar que el hombre al que realmente quería se veía con otras mujeres. Nosotros no estábamos hechos el uno para el otro.


Disculpa estas lágrimas tontas que, seguramente, resultan ridículas a mi edad. -No se preocupe. Entonces ¿le quiso? -le pregunté. 47 -Lo amé como no he amado a nadie: me enamoré perdida y locamente de él, y mis miedos me impidieron ser completamente feliz. Y ahora me va a permitir que me vaya a retocar un poco. No me puedo dejar ver así. Se levantó despacio, y como un animal herido caminó lentamente, cruzando el salón como un rayo de sol vespertino, que, cansado, parece divagar entre las formas para dar sentido a una realidad que ya se duerme. Los seres humanos somos extraños. Aquella señora había amado como se debe amar, de la única manera aceptable, y no se había atrevido por razones puramente egoístas a querer. Es inaudito. Nos pasamos la vida buscando hasta que encontramos lo que queremos, y cuando lo hallamos salimos huyendo en dirección opuesta. Quizás sea ese el destino de nuestra condenada estirpe, esa insatisfacción continua, que, sin duda, nos hacen avanzar como especie. Di un largo trago al cóctel y miré los objetos del gran salón. Cuadros de artistas de renombre, una cuidada biblioteca, valiosas antigüedades, y recuerdos de valor diseminados por la estancia. Había vivido bien, pero dudaba que Ágata hubiese sido lo que suele considerarse una persona feliz. Mi anfitriona volvió a aparecer de nuevo con una copa en la mano y un cigarrillo encendido en la otra. -Me has ayudado a rememorar aquel amor, aquel dolor, aquella pasión, y te voy a proporcionar la manera de contactar con Martin. Sé que desapareció hace mucho tiempo, que nadie conocer su paradero, pero hace unas semanas me llegó una carta sin remite alguno. Era él. Después de tantos años. En ella había un pequeño papel arrugado que contenía un teléfono, y otra vez una sola frase: Amada luz que sueña ser sombra, llámame. -¿Y usted qué hizo? -inquirí, curioso. -Nada. No quiero verle. Aquí tiene su teléfono -concluyó, y me tendió un papel con un número garabateado. -Gracias -repuse, temblando. Allí estaba el teléfono de Martin Cross. Lo guardé con cuidado en mi cartera. Estaba contento.


Ágata me había dado información, y, además, el modo de contactar con Cross-. Muchas gracias -repetí. 48 -Como verás, las lágrimas no cesan, por lo que te voy a pedir que te marches y me dejes llorar en paz.

Disculpa esta manera de echarte, pero necesito estar sola. Has despertado muchos recuerdos que, si no estaban dormidos, al menos no querían hacer daño, y ahora me voy a servir otra copa para beber por aquella época y por lo que en los tempestuosos años siguientes se ha perdido. Adiós, Darío, ya sabes dónde está la puerta. 

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