"Manual para mujeres
de la limpieza"
Lucia Berlin: mujer de la limpieza, grandísima escritora
- La
revelación de las letras estadounidenses del año 2015 es una autora
fallecida en el año 2004: Lucia Berlin. La recuperación de una antología
de sus relatos, bajo el título Manual para mujeres de la limpieza (que
llega a nuestras librerías la próxima semana), ha obtenido el elogio
unánime de la crítica y varios reconocimientos como libro del año.
Cuando, cerrado el siglo XX, parecía cerrada también
la lista de los grandes cuentistas norteamericanos del siglo: Scott Fitzgerald,
Ernest Hemingway, Truman Capote, Paul Bowles, Raymond Carver, Alice Munro,
Lydia Davis… he aquí que aparece un nombre nuevo, con una obra escasa –setenta
y siete cuentos en total– pero que deslumbra a todos y conquista sin disputa un
lugar entre los grandes. Se trata de Lucia Berlin, fallecida en el 2004, y de
quien, hasta entonces, casi nadie había oído hablar.
Cierto, había publicado algunas cosas en vida: sus
primeros cuentos datan de los años sesenta, cuando Lucia, nacida en Alaska en
1936, rondaba la treintena; algunos vieron la luz en revistas, su primer libro
( Angels Laundromat) data de 1981, y publicó otros cinco hasta su muerte,
siempre en pequeñas editoriales. Pero sólo el año pasado, concretamente en
agosto del 2015, “uno de los secretos mejor guardados de América” (en palabras
de un crítico) salió a la luz. Pues uno de los sellos más poderosos de EE.UU.,
Farrar Straus and Giroux, publicó Manual para mujeres de la limpieza / Manual
per a dones de fer feines, una selección de sus mejores cuentos (que llega a
España en castellano de la mano de Alfaguara, en una excelente traducción de
Eugenia Vázquez Nacarino y en catalán por L’Altra Editorial, con traducción de
Albert Torrescasana, en librerías el día 16).
Para sorpresa de propios y extraños el libro se
situó nada más salir en el segundo puesto de la lista de los más vendidos del
The New York Times. En pocas semanas había vendido más de lo que vendieron, a
lo largo de treinta años, todos sus libros anteriores juntos; y aunque, por no
estar viva su autora o por tratarse de obra publicada con anterioridad, no pudo
recibir ninguno de los grandes premios, sí fue incluido en la lista de los
mejores libros del año de las principales revistas y suplementos literarios del
país. Pero ¿quién fue Lucia Berlin?
Muchas cosas. Y esa es una de las claves que explica
la riqueza, la variedad de sus cuentos. Lucia era hija de un ingeniero de minas
y de una mujer fría, racista y alcohólica (así la describe en muchos de sus
relatos). Pasó su infancia de ciudad minera en ciudad minera en Idaho, Montana
y Arizona. Luego, su padre se fue a la guerra y Lucia, su madre y su hermana se
quedaron en El Paso (Texas), donde Lucia asistió, becada, a un colegio de
monjas, en el que era la única protestante; además, como su madre prefería la
botella a sus hijas, Lucia vivía prácticamente con la familia siria de al lado
(lo narra en el cuento Silencio). Tuvo, como puede verse, muchas oportunidades
para observar las diferencias culturales por religión u origen social o
geográfico, e incluso para imaginar qué habría sido su vida en otra comunidad,
por ejemplo, si su familia hubiera muerto en un terremoto y ella se hubiera
quedado a vivir con los amigos sirios ( Volver al hogar).
Con la adolescencia vino una nueva mudanza, a
Santiago de Chile, y con ella, una metamorfosis: de niña estadounidense de
clase media sin más, Lucia se encontró convertida en una señorita de la clase
alta chilena, alumna de un exclusivo colegio privado, que dividía su tiempo,
los fines de semana, entre las fiestas de la alta sociedad, con baile y cenas
de seis platos, y visitas a los vertederos y chabolas en compañía de una
profesora norteamericana, medio misionera, medio revolucionaria (el cuento en
el que lo narra, Buenos y malos, es magistral, y el personaje de la profesora,
inolvidable).
Estudió
después –quería ser escritora, o periodista– en la Universidad de California,
donde entre otros, tuvo como profesor a Ramón J. Sender.
Varios traslados (“debo llevar unas doscientas
mudanzas a cuestas”, dice en uno de los cuentos), bodas, divorcios e hijos
después, encontramos a Lucia en Nueva York, viviendo, por falta de recursos
económicos, en un edificio de oficinas, donde se apaga la calefacción de noche:
era todo supuestamente alegre, despreocupado y liberal, con mucho jazz,
nomadismo, sexo y copas (el tipo de vida retratado por Kerouac o Ginsberg).
Pero Lucia y sus dos hijos tenían que dormir vestidos con ropa de esquí. El
padre, como tantos en esa época de una libertad sexual recién estrenada cuyas
consecuencias, sin embargo, pagaban ellas más que ellos, había hecho mutis por
el foro.
A los treinta y dos años, Lucia Berlin tenía en su
haber tres matrimonios deshechos, cuatro hijos a su cargo y un alcoholismo con
el que lucharía toda la vida… Eso sin contar con problemas de salud graves y
crónicos: doble escoliosis, que la había obligado a llevar un corsé ortopédico
durante años, problemas respiratorios… Lo que no tenía era una profesión, ni
ingresos regulares.
De modo que
tuvo que ponerse a trabajar en lo que pudo: recepcionista en la consulta de un
ginecólogo, ayudante de enfermería en la sala de urgencias de un hospital, e
incluso mujer de la limpieza (aunque le costaba encontrar empleo porque las
señoras, explica, desconfían de las candidatas “instruidas”). Todo ello y más
(su paso por centros de desintoxicación, sus frecuentes visitas a México, donde
vivía su hermana…) lo refleja en sus relatos, cuyo valor radica en esa amplia
gama de experiencias, muchas de ellas raramente abordadas en literatura –pocas
escritoras o escritores han trabajado atendiendo a enfermos terminales o
limpiando casas–, pero sobre todo en la voz de la autora. Una voz, como señala
Lydia Davis en su prólogo, irresistiblemente cálida, cercana, hecha de espíritu
de observación, empatía, alegría de vivir, humor: “No me importa contarle a la
gente cosas terribles si puedo hacerlas divertidas”, apunta ella misma. Sus
modelos eran Chéjov, por la humanidad, Katherine Mansfield, por la capacidad de
encontrar belleza hasta en lo más vulgar, Paul Bowles, por su agudeza en
percibir y entender las diferencias culturales…
Hacia el final de su vida, Berlin obtuvo cierto
reconocimiento como escritora. La Universidad de Colorado la invitó a dar
clases de creación literaria en Boulder. No fue una gran solución económica
(vivía en una caravana), pero le dio la oportunidad de añadir una pieza más,
muy distinta a las otras, al puzle de sus experiencias vitales: “Este debe ser
el pueblo más sano de todo el país. En las fiestas universitarias o en los
partidos de fútbol no se bebe. Nadie fuma, ni come carne roja o dónuts bañados
de azúcar. Puedes ir solo por la calle de noche, salir de casa sin cerrar las
puertas con llave. Aquí no hay bandas y no hay racismo. Tampoco hay muchas
razas, de hecho” (
Lucia Berlin se trasladó, finalmente, a un garaje
acondicionado como vivienda junta a la casa de su hijo, en Los Ángeles. Murió
el día en que cumplía 68 años. Con un libro en la mano, y sin sospechar que la
edición póstuma de su obra iba a traerle, por fin, la consagración que merece.