CENTENARIO GLORIA FUERTES
Gloria Fuertes había nacido en una
familia humilde y republicana de Lavapiés, su hermano pequeño y compañero de
juegos murió en un bombardeo y su madre solía castigarla si la descubría
leyendo o escribiendo. La marginalidad y el dolor formaban parte de su piel,
pero ella, luminosa siempre, decidió sonreírle a la vida. En su libro, Jorge de
Cascante recupera una anécdota que resume perfectamente la genialidad y temprana
sabiduría de la escritora: como en el colegio le ponían ceros como una casa,
ella, harta de sus malas notas, decidió invertir el sentido de la peor nota
para convertirla en la mejor. Y así empezó a puntuarse a sí misma en sus
cuadernos, diarios, dibujos y poemillas con una tabla de medir que iba del cero
(muy bien) a los tres ceros (excelente). Contenta, se paseaba por la España de
la posguerra en bicicleta, pantalón y corbata fascinando con su descaro a sus
compañeros de las grutas del postismo, movimiento literario que promovía el
“culto al disparate”.
Francisco Nieva, postista también, la definió
así: “Era una mujer nueva, que se enfrentaba con ternura a los hombres, tan
brutos ellos, no era una maestrita repipi, era un compañero perteneciente a un
tercer sexo divino que rompía con todo en aquella España de hierros y caspa, y
el resto la mirábamos fascinados ante su aspecto y sus palabras, Rimbaud y
Jarry habitaban en Gloria”. Lesbiana, la muerte en 1971 de su gran amor y
compañera durante 20 años, la hispanista norteamericana Phyllis Burrows
Turnbull, la sumió en una honda depresión de la que salió como pudo, es decir,
a golpe de fiestas, farándula y bastante alcohol. Una mujer vital, que según
contó Vicente Molina Foix, le describió así su adiós al infierno: “Fui al metro
decidida a matarme, pero al ir a sacar el billete ligué, y en vez de tirarme al
tren me tiré a la taquillera”.
Jorge de Cascante recuerda que el día
en que le propusieron armar su libro lo primero que hizo fue ver varios cortes
de telediarios del día en que murió la poeta, “y en todos se referían a ella
como ‘una niña grande”. Luis Antonio de Villena se suma al reproche a ese
manido lugar común. “Cuando falleció Gloria la televisión estatal, que tanto la
había querido, espetó muy seria esta vulgaridad: ‘Ha muerto la autora de Un
globo, dos globos, tres globos’. Para mí aquello fue llamativo.
La noticia salía al principio, en el
sumario, con las noticias importantes del día, pero la degradaba. Alguien con
su obra no podía quedar reducida a eso. El sambenito de la poeta infantil le
hizo mucho daño.
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